sábado, 9 de abril de 2011

Man on the Moon



Cuando Gregor Mendel (1822-1884) dio con la leyes de la herencia, no sabía de qué estaba hablando. Me explico. Mendel descubrió que algunas características de las arvejas, como el color o la textura de las semillas, eran heredadas por la descendencia siguiendo cierto patrón. Lo que Mendel no sabía era que cosa/entidad/sustancia hacía eso posible. Eran los genes. La palabra gen fue acuñada por el científico Danés Wilhelm Ludvig Johannsen (1857-1927) y proviene del griego genea, que quiere decir generación. Los genes eran en esa época un concepto sin identidad molecular: eran algo que hacía que los seres vivos fueran amarillos o verdes, redondos o rugosos.

La determinación de la identidad molecular de los genes fue una de las preguntas más fascinantes a la que se enfrentaron los científicos durante la primera mitad del siglo XX. Por esa época se pensaba que las proteínas, abundantes y diversas, debían ser las responsables de transmitir los caracteres hereditarios de una generación a otra.

        La primera pista para resolver este acertijo surgió de los experimentos que realizó el científico Inglés Frederick Griffith (1879-1941) mientras trabajaba en una vacuna para la neumonía. Griffith estaba trabajando con dos tipos de bacterias: una no encapsulada inocua y otra encapsulada letal. Lo que Griffith observó fue que al mezclar bacterias encapsuladas muertas por calor con bacterias no encapsuladas vivas e inyectarlas en ratones, estos morían. Al hacer las autopsias, Griffith sólo encontró bacterias encapsuladas vivas en la sangre de estos ratones. Su conclusión fue que había algo en las bacterias encapsuladas que podía transformar a las bacterias no encapsuladas inocuas en el otro tipo, encapsulado y letal. Este algo fue bautizado como principio transformante.
        Lamentablemente Griffith murió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el laboratorio donde trabajaba fue bombardeado por lo Alemanes (si, estaba trabajando en el laboratorio mientras Londres era bombardeado). 
        Afortunadamente, su trabajo fue el punto de partida para las investigaciones acerca del principio transformante llevadas a cabo por Oswald Avery (1877-1955).
Canadiense de nacimiento y médico de formación, Avery abandonó tempranamente la práctica clínica de la medicina para dedicarse a la investigación científica, trabajando casi toda su vida en el Hospital del Instituto Rockefeller en Nueva York. Inicialmente su trabajo se centró en la especificidad antigénica de los neumococos, logrando demostrar que esta residía en los azúcares y no, como se pensaba, en las proteínas.
Pronto Avery se interesó en la identidad del principio transformante. Junto a su grupo de trabajo, conformado por los médicos Colin MacLeod y Maclyn McCarty, emplearon los métodos más sofisticados de la época para purificar DNA, RNA, proteínas, lípidos y azúcares provenientes de las bacterias encapsuladas letales. El plan era lograr transformar a las bacterias inocuas en letales usando estas preparaciones. La identidad molecular del principio transformante correspondería entonces a la preparación que lograra repetir los resultados del experimento de Griffith.

El trabajo describiendo estos resultados fue publicado en The Journal of Experimental Medicine el día 1 de febrero de 1944 y describía en 27 páginas los hallazgos del grupo de investigación: al mezclar DNA puro proveniente de las bacterias encapsuladas y letales se lograba transformar a las bacterias no encapsuladas inocuas en letales. Ahora estaba clara la identidad molecular del principio transformante: era el DNA. Los genes, aquello que determina las características de los seres vivos, residía en una sencilla molécula, compuesta por solo 4 tipos diferentes de bloques fundamentales: A, G, C y T. Avery tenía 66 años al momento de publicar este hallazgo, posiblemente el más importante de la biología del último siglo.

Sin embargo, jamás se le concedió el premio Nobel.

Entre 1932 y 1945, Avery fue nominado casi todos los años al premio Nobel en Medicina y Fisiología por sus descubrimientos acerca de la especificidad antigénica en neumococos. Lamentablemente, el comité del premio Nobel en el Instituto Karolinska estaba conformado por investigadores que creían que las preparaciones de Avery estaban contaminadas con proteínas y que eran éstas, y no los azúcares, los responsables del efecto descrito. Algo similar ocurrió con los experimentos con DNA: varios miembros del comité Nobel pesaban que la contaminación con proteínas en los preparados de DNA de Avery era la responsable de transformar a los neumococos. El contexto histórico tampoco ayudaba. Por esa época se pensaba que el DNA era una molécula demasiado sencilla para cumplir una misión tan compleja y se le atribuía un papel meramente estructural. Entre 1952 y 1954 se acumuló considerable evidencia que respaldaba los hallazgos de Avery. Sin embargo, jamás estuvo ni cerca de ganar el premio Nobel.

Avery era un hombre sencillo y muy humilde. La Royal Society de Londres le concedió la medalla Copley, el premio más importante que concede a un investigador, pero Avery se excusó de asistir a recibirla. Rara vez dictaba charlas y generalmente hacía presentar a sus colaboradores más jóvenes. Tal vez este rasgo de su carácter contribuyó a que sus ideas no se asentaran más rápido en la comunidad científica.
Actualmente existe consenso de que no haberle concedido el premio Nobel a Oswald Avery es el la omisión más grande en la historia de este premio.

Desde 1976 uno de los cráteres de la Luna lleva su nombre. Es uno pequeño, no muy visible, casi humilde. Como Avery.

4 comentarios:

  1. Interesante dato, aquel que mencionas sobre la postura del comité que entregaba el premio Nobel en los tiempos de Avery. Quizás cuantos proyectos y/o descubrimientos no han sido reconocidos, por no estar en sintonia con el pensamiento de los distintos comités de evaluación.

    Se agradece tu invitación a reflexión.

    ResponderEliminar
  2. Humildad, con hache, un caràcter lamentablemente no contribuyente al fitness del fenotipo cientifico. Es triste ver cuànto académico bien posicionado o con buena bisagra politica logra lo que realmente grandes personajes debiesen merecer.

    ResponderEliminar
  3. Y si él lo merecía ¿Quién lo recibió sin merecerlo?

    ResponderEliminar
  4. Es curioso, pero ninguno de los involucrados en este hallazgo (Griffith, Avery, MacLeod, McCarty) ganaron el Nobel. Tampoco Chase y Hershey, quienes dieron la última evidencia...bueno, Alfred Hershey lo ganó más tarde por su trabajo con virus, no por lo del DNA. Así que en términos históricos, nadie fue premiado por este descubrimiento, probablemente el más importante de la historia de la biología. Todos conocen a Watson y Crick, muy pocos a Avery. Me parece muy injusto, no por que Watson y Crick no lo merezcan, sino por que me parece que Avery lo merece tanto o más que ellos.

    ResponderEliminar